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Y, de repente, un documento de 28 páginas inédito hasta la fecha ha entrado de forma súbita como un misil en las negociaciones de la guerra en Ucrania. Impulsado por Washington, ha desatado una tormenta diplomática en Europa y en Kiev porque, lejos de haber sido elaborado con los principales implicados, había sido gestado en negociaciones discretas entre el empresario estadounidense Steve Witkoff y el enviado ruso Kirill Dmitriev, con la participación de Jared Kushner y el aval tardío de Trump.
El origen de un plan. El resultado de estas reuniones fue un texto que Europa y Ucrania no habían visto y que, para mayor alarma (según una exclusiva de Bloomberg), conservaba las estructuras lingüísticas propias de un original redactado en ruso, confirmando las sospechas de que Moscú había logrado filtrar su visión de la guerra en un documento presentado como iniciativa estadounidense. La presión ejercida por Dan Driscoll (un estrecho aliado de JD Vance) sobre diplomáticos europeos y ucranianos, instando a aceptar concesiones territoriales en cuestión de días, terminó de encender todas las señales de alarma.
Para los gobiernos europeos, que se consideraban socios centrales en cualquier negociación de paz, el origen del plan se convirtió en un interrogante estratégico: necesitaban saber quién lo había escrito y con qué objetivos antes de sentarse a discutir. Ese vacío de información desencadenó una carrera contrarreloj para frenar la imposición de un texto que, en su forma inicial, no sólo sorprendía por sus demandas, sino por su evidente alineamiento con los intereses de Moscú.
Territorio, legitimización y una amenaza. El apartado más explosivo del plan estadounidense exigía que Ucrania se retirara de los núcleos urbanos fortificados que aún mantiene en Donetsk, rompiendo el “cinturón de fortalezas” que ha frenado el avance ruso desde 2014. Esa retirada no solo implicaría el desplazamiento de decenas de miles de ciudadanos ucranianos, sino que abriría un corredor que dejaría expuestas a ciudades clave como Dnipro y Zaporiyia.
Para colmo, el documento proponía que las áreas ocupadas se reconocieran como “de facto rusas”, una fórmula más favorable para Moscú que el ya problemático “de facto bajo control ruso”, y que, en la práctica, acercaba a la comunidad internacional a aceptar cambios territoriales logrados por la fuerza. A ello se sumaba la idea de convertir los territorios evacuados en una zona desmilitarizada cuya violación por parte rusa (un escenario nada inverosímil dada la historia reciente) permitiría a Moscú abrir una nueva ofensiva incluso más profunda en el futuro. Desde la óptica ucraniana, aceptar este punto sería sembrar las condiciones para una guerra futura en peores términos, reforzando la impresión de que el documento no buscaba una paz estable, sino formalizar un resultado estratégico que Rusia no ha podido obtener mediante operaciones militares.

Seguridad recortada y promesas rotas. Las garantías de seguridad incluidas en el plan eran vagas hasta la irrelevancia: prometían “protección fiable” sin detallar mecanismos, pero prohibían simultáneamente que Ucrania ingresara nunca en la OTAN, impedían el estacionamiento de tropas aliadas en su territorio y obligaban a Kiev a modificar su Constitución para renunciar a la adhesión.
Para un país marcado por la experiencia del Memorándum de Budapest (garantías formales que no impidieron ni la anexión de Crimea ni la invasión de 2022), aceptar un marco aún más ambiguo equivaldría a quedar inerme frente a un agresor que ha quebrado sistemáticamente todos los acuerdos previos.
Líneas rojas. La ausencia de un compromiso tipo Artículo 5 y la negativa a permitir misiones de entrenamiento o fuerzas de disuasión en territorio ucraniano reforzaban el convencimiento de que Ucrania quedaría atrapada entre una Rusia fortalecida y un Occidente que se reservaría el derecho a “respaldar diplomáticamente”, pero no a intervenir.
Este componente alimentó el rechazo en las capitales europeas, que consideran esencial que Ucrania conserve un ejército fuerte como barrera terrestre que proteja al continente. Limitar a 600.000 efectivos al único país de Europa en guerra, sin imponer una restricción similar a Rusia, fue percibido como un desarme encubierto y un preludio a una ofensiva rusa futura.

Amnistía y activos congelados. Uno de los elementos más chocantes del plan era la propuesta de una amnistía general y la renuncia de Ucrania a cualquier reclamación legal sobre crímenes de guerra, deportaciones o destrucción deliberada de infraestructura. Para una población expuesta a atrocidades documentadas, esta cláusula suponía no solo la negación de justicia, sino la eliminación del fundamento jurídico que permite a Europa avanzar en el préstamo de reparaciones respaldado por los activos rusos congelados.
Ese préstamo, de 140.000 millones de euros, es considerado por la UE como la vía más sólida y menos costosa para sostener a Ucrania durante la posguerra. El plan estadounidense no solo lo hacía inviable, sino que además redistribuía esos fondos de manera insólita: 100.000 millones pasarían a un vehículo de inversión estadounidense que entregaría la mitad de sus beneficios a Washington, otros 100.000 millones serían aportados por Europa y el resto iría a un fondo conjunto con Rusia. Para Berlín, París o Varsovia, el mensaje era claro: Rusia obtendría alivio financiero indirecto mientras los europeos verían debilitada su herramienta más eficaz de presión estratégica. El intento de obligar a Kiev a renunciar a toda responsabilidad moral y jurídica del agresor reforzó la percepción de que el plan buscaba resolver la guerra “rápidamente”, no “justamente”.

La estrategia rusa. Desde el inicio de la invasión, Moscú no ha variado sus demandas fundamentales: más territorio en el este, neutralización militar de Ucrania y veto permanente a su adhesión a la OTAN. Ese inmovilismo estratégico, unido a los avances graduales en el frente, le ha permitido capitalizar el cansancio occidental, las fracturas políticas en Kiev y las tensiones transatlánticas.
Para el Kremlin, el plan filtrado demuestra que su apuesta por la resistencia prolongada, la presión militar y la erosión de la voluntad occidental está dando frutos. Putin lo celebró abiertamente, afirmando que el documento podía servir de base y que rechazarlo solo llevaría a nuevas derrotas ucranianas. Asimismo, Moscú ha insinuado que incluso un acuerdo firmado podría ser utilizado como palanca para reanudar la guerra: desde la manipulación electoral mediante candidatos prorrusos hasta la exigencia de reglas religiosas que permitan operar a la Iglesia Ortodoxa Rusa en Ucrania. El objetivo sería crear condiciones internas que permitan justificar, llegado el momento, un retorno a la ofensiva bajo el pretexto de que Kiev no ha cumplido los términos pactados.

¿Y Europa? Frente a un documento que consideran desequilibrado y peligroso para la arquitectura de seguridad europea, Francia, Alemania y el Reino Unido reaccionaron elaborando su propia propuesta, mucho más favorable a Kiev. Su plan establece que cualquier negociación territorial debe comenzar tras un alto el fuego fijado en la actual línea de contacto (no con retiradas unilaterales ucranianas), admite la posibilidad futura de adhesión a la OTAN, prevé un ejército ucraniano de hasta 800.000 efectivos durante la paz, exige que los activos rusos congelados financien íntegramente la reconstrucción y plantea la transferencia de la central nuclear de Zaporiyia al control del OIEA.
También sugiere una supervisión estadounidense del alto el fuego, pero sin las restricciones a fuerzas europeas que imponía el texto de Washington. Para las capitales europeas, esta contraoferta no es solo un ajuste técnico: es un intento de evitar que el continente retroceda tres décadas, hacia un modelo de seguridad subordinado a las exigencias rusas previas a la expansión de la OTAN. En su lectura, aceptar el plan estadounidense original significaría legitimar las pretensiones rusas de volver a las fronteras de 1997, un precedente inasumible para la seguridad de Europa central y báltica.
El giro americano. A esta hora y tras la ola de críticas internas y externas, Marco Rubio y Andriy Yermak anunciaron que Estados Unidos y Ucrania habían acordado un marco “actualizado y refinado”, prometiendo que respetaría la soberanía ucraniana. Trump, enfrentado a la presión de senadores republicanos y al rechazo europeo, matizó que el texto no era su “oferta final”, abriendo la puerta a concesiones más amplias.
Las conversaciones en Ginebra evidenciaron un cambio de tono en Washington, que pasó de exigir una firma inmediata a reconocer que el plan debía ser profundamente revisado. Kiev, aunque agradecido por el gesto, insistió en que cualquier acuerdo debe garantizar que la guerra no pueda reanudarse y que no se sacrifiquen principios esenciales de seguridad territorial. Zelenskyy, atrapado entre la presión estadounidense y el rechazo absoluto de su población a ceder territorio, subrayó que ninguna paz puede basarse en “traicionar los intereses nacionales”.
Una encrucijada histórica. Así, las cosas, la mezcla de presiones políticas en Washington, avances rusos en el frente, tensiones internas en Kiev y desgaste europeo ha creado un momento de extrema vulnerabilidad estratégica. El plan original mostraba los riesgos de que una negociación acelerada, concebida en círculos reducidos y con fuerte influencia rusa, redefiniera el mapa de Europa a costa de Ucrania. La reacción europea, la rectificación estadounidense y la resistencia ucraniana han evitado (por ahora) que ese marco se imponga tal cual.
Pero el dilema de fondo persiste: si se congela la guerra en la línea actual, Ucrania conserva su integridad institucional pero no recupera sus territorios. Si cede más, sienta un precedente peligroso para futuras agresiones. Y si insiste en recuperar todo por la fuerza, corre el riesgo de un agotamiento que Rusia espera aprovechar.
En esta tensión se juega no solo el futuro de Ucrania, sino la credibilidad de Occidente, la estabilidad de Europa y el mensaje que recibirán otros actores que observan hasta qué punto la fuerza puede reconfigurar fronteras en pleno siglo XXI.
Imagen | Goodfon, Ministry of Defense of Ukraine
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La noticia
Un documento de 28 páginas ha acercado más que nunca la paz en Ucrania. El problema es que es la traducción de un texto ruso
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Xataka
por
Miguel Jorge
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Escrito por Redacción Terra FM
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